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Alas de Gaviota por el lejano oeste

Participar en el rally 300 SL Classic es todo un placer y recorrer el estado norteamericano de Oregón al volante de esta joya de los deportivos es una maravillosa aventura.

30.12.2024 // Texto: Hendrik Lakeberg // Fotos: Daniel Cronin

2 minutos de lectura
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Con más de 600 miembros, el Gull Wing Group es el club más grande del mundo dedicado a la serie 198 de nuestro SL. La 300 SL Foundation, fundada también por miembros del Gull Wing Group, ha organizado por quinta vez la Mercedes-Benz 300 SL Classic, un rally que desde 2018 lleva a sus participantes por localizaciones espectaculares. Esta vez, han sido cinco días recorriendo el estado de Oregón. Para esta prueba reunieron 38 unidades de la serie 198 del SL, la mayoría coupés y algunos descapotables. Una de las misiones del Gull Wing Group (fundada en 1961), aparte de fomentar la amistad y el placer de conducir, es dar a conocer este icono rodante entre las nuevas generaciones. Así nos lo explica su presidente John Willot justo antes de dar el banderazo de salida de este encuentro para celebrar el 70º aniversario de esta serie tan legendaria.

RUMBO AL HORIZONTE

Cuando paramos a repostar, el Alas de Gaviota de John Willot atrae la atención del resto de clientes. Admiran la armonía de sus líneas y banda sonora de su motor de seis cilindros. Continuamos por la carretera George Millican hasta el Parque Estatal Smith Rock, majestuoso espacio natural en pleno desierto, con profundos cañones rodeados de ríos y los escarpados acantilados.

John Willot nos cuenta que el coche que heredó de su padre pertenecía a un piloto de carreras alemán que lo adquirió en 1954 y lo estrenó en la Mille Miglia de 1955. Después, viajó a Nueva York y luego a California, donde su padre lo adquirió en 1965. Sustituyó varios componentes, cromó algunas piezas del motor y construyó un nuevo salpicadero en madera. “Conduzco el SL como homenaje a mi padre –nos dice–. Los SL suelen pasar de generación en generación”. Por un instante, la carretera George Millican se estira hacia el infinito. Ya nos rodea el desierto de Oregón, con su dorada arena salpicada de hierbas, arbustos y formaciones rocosas. Tras cuatro horas al volante disfrutando de esa sensación de estar solos en la carretera, paramos en el aparcamiento del Parque Estatal Smith Rock. Huele a café, y los bollos y sándwiches ya esperan sobre una mesita. Es hora de intercambiar impresiones y curiosidades de cada vehículo.

UN NEOYORQUINO CON PÁTINA

Uno de los participantes más solicitados es Robert Webster (40 años), que tiene un taller especializado en los 300 SL. Inspirándose en la California de los años sesenta, restauró el coche que le dio su tía y que perteneció a su abuela. Le dio un estilo Hot Rod. El patrón psicodélico cuyas líneas azules llegan hasta el salpicadero, lo ha diseñado él mismo en exclusiva para este vehículo. Hoy es su madre, Sheri (61 años), la que conduce su Blue Max (como llama Webster cariñosamente a su coupé): “Mi padre tenía una gran colección de deportivos. Le encantaban los automóviles europeos, y el 300 SL era su ‘pequeño’, su preferido. Yo también lo adoro porque es único. Tan antiguo y todavía tan deportivo”.

De vuelta a nuestro vehículo, nos topamos con Glenn Rudner. En 2018, este neoyorquino encontró su 300 SL de 1955 en un granero de Massachusetts, donde había permanecido 45 años sin usarse. Tenía solo 37.000 kilómetros. Prácticamente todo en él es original, desde el color hasta el interior. “El objetivo principal de la restauración fue mantener la pátina original y poder conservar el SL lo más original posible. Es un pequeño milagro”, cuenta Glenn con orgullo.

LOS COCHES MÁS ICÓNICOS JAMÁS PRODUCIDOS

Tras recorrer unos 480 kilómetros, el día de los participantes termina en la relajada atmósfera del Sunriver Resort, una mezcla de hotel y lujosos bungalows. Cenamos y charlamos con George Bunting, 84 años, y Frank Spellman, 73 años, dos amigos de toda la vida que participan con un 300 SL descapotable en negro. Su primera propietaria fue la mánager de un afamado actor y cantante que, según se cree, también condujo el coche alguna vez. En 1971, este descapotable se trasladó a Chicago donde George lo adquirió hace 30 años. George y Frank son miembros del Gull Wing Group. “El 300 SL es el coche más icónico jamás producido”, dice George. “Empecé con él mi colección, y sería de lo último de lo que me desprendiese –Frank añade–. Este descapotable es negro por fuera y por dentro y, si estoy bien informado, solo se construyeron cuatro unidades con esta combinación”.

Para el día siguiente, Kelly Whitton, 52 años, y organizadora de este rally, ha tenido que cambiar en el último momento la ruta, pues durante la noche se esperan 13 centímetros de nieve. La ruta alternativa nos lleva por carreteras casi en desuso a través de bosques multicolores, a veces verdes, a veces amarillos o blancos, bajo el manto de la nieve, junto a las imponentes cumbres del Monte Bachelor, el Broken Top y las Tres Hermanas en el horizonte. El Restaurante Takoda, un rústico negocio familiar, nos recibe con lo que necesitamos tras tres horas al volante: pizzas y hamburguesas preparadas con mucho amor. Tras esta maravillosa jornada, ya nadie echa de menos la ruta inicial que nos llevaba al Crater Lake, un lago volvánico a 1882 metros de altitud.

UNA COMPETICIÓN FAMILIAR

El grupo de participantes se siente como una gran familia, y cada vehículo está vinculado a muchas historias familiares. Así es para Egon y Deotila Hagemann, los participantes más veteranos del rally 300 SL Classic (juntos suman 190 años). Ambos irradian un entusiasmo contagioso. Egon creció en Alemania, pero actualmente vive con Deotila en una caballeriza en Sedona, en el estado de Arizona. Encontró su 300 SL en la subasta de la Monterey Car Week de 1993, era un descapotable blanco con asientos en cuero rojo. Durante la cena y la posterior entrega de premios, Egon, con su cazadora de aviador, relata con orgullo cómo la parte alemana de su familia es una gran coleccionista de la saga SL desde hace mucho tiempo, es como una especie de competición familiar transatlántica. Poco después le invitan al escenario, donde recoge con una sonrisa el premio al participante más popular. Con la cena terminada y todos los galardones concedidos, llegan las palabras de Craig McLaughlin, el ayudante de la organización que pone el broche final: “Vienes por los coches, pero repites por la gente”. Y el aplauso se hace unánime.

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