¡Familia, aquí está nuestro nuevo coche!

Sead Joldo vive en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina. En su taller, que más bien es un laboratorio, está devolviendo a la vida su segundo Mercedes-Benz 230 SL Pagoda. Hemos venido para conocer a este entusiasta de nuestra estrella.

12.05.2025 // Texto: Jörg Heuer // Fotos: Alexander Babic

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Con un delicioso cevapi entre las manos (plato tradicional de Bosnia-Herzegovina), nos recibe Sean Joldo en el casco antiguo de Sarajevo. Nos invita a probar un apetitoso rollo de carne con pan de lepinja y cebolla. Es su plato preferido, especialidad típica de los países balcánicos. Apenas hemos comenzado a hablar y Joldo ya nos deja claro cuál es su verdadera pasión: los Mercedes-Benz 230 SL Pagoda. Adquirió su primer Mercedes-Benz SL W113 en 2016, en Alemania. Este Pagoda, originalmente matriculado a mediados de marzo de 1964 y con siete propietarios previos, luce una combinación de pintura crema Light Ivory DB 670 y tapicería de cuero Cognac 216. Cuando lo compró, no se encontraba en las mejores condiciones. “Estaba parado bajo una manta asfáltica en el patio de un taller–recuerda Sead–. El coche llevaba de baja desde 1994, así que era un proyecto ideal para mí”.

DEJAR QUE LA VIEJA BELLEZA BRILLE

Hace ocho años, Sead llevó el abandonado SL a Sarajevo y comenzó a trabajar en él, desmontándolo hasta el último tornillo. ¿Su objetivo? “Revivir este 230 SL. O mejor dicho, hacer que su vieja belleza vuelva a brillar como salido de la fábrica”. En aquel entonces Sead no tenía un trabajo estable, pero sí una idea de negocio propio: un taller de reconstrucciones artesanales enfocado en los Pagodas. Ahora nos encontramos en ese taller a las afueras de Sarajevo, que comparte finca con la casa familiar. La esposa de Sead, Sulfeta, regenta un salón de belleza terapéutica en la planta baja. La familia la completan su hijo Laar y sus dos hijas, Lana y Arja.

“No tengo formación para la restauración de coches clásicos, simplemente el cacharreo me viene de familia”, cuenta este manitas autodidacta que acumula cualquier información y literatura que encuentra sobre el Pagoda. Cientos de páginas se amontonan en las estanterías, y en su cabeza. Es un miembro activo en comunidades de Internet como Pagodentreff.de y SL113.org, y en su mesilla de noche nunca falta el gran libro de referencia, Mercedes-Benz 190 SL – 280 SL: Vom Barock zur Pagode.

Desde hace tiempo, muchos otros fans del Pagoda de todo el mundo recurren a las opiniones y experiencias de Sead: “Estudio todo lo que cae en mis manos. Así es como me he convertido en especialista de los SL 230 de la Serie 113, un modelo que adoro porque encarna esa simple complejidad de la ingeniería automotriz. Todo en él es mecánico y lógico. No creo que ninguno pueda compararse en esto al Pagoda, salvo el 300 SL y el 190 SL. La experiencia de conducirlo es magnífica, me encantan esas sensaciones casuales tan de los sesenta. Cuando trabajo en el coche o paseo con él, es un viaje en el tiempo”, afirma Sead.

El taller de Sead incluye elevador de vehículos, soldador, soporte para motores, compresor de aire, prensa hidráulica e, incluso, una cabina de abrasión. “La cabina es lo mejor que puedes tener en un taller. Limpio cada pieza con ella, utilizando las perlas de cristal más finas”. Cuando las piezas de aluminio salen de la cabina, las rocía con cera transparente. Las partes de acero reciben un galvanizado parcial, pintura o gravillonado. Tan sólo reemplaza aquello que está “desgastado u oxidado”.

Tras seis años, Sead ha podido completar la restauración de su Pagoda. Desde el interior, el motor, la transmisión, hasta la carrocería, todo lo hizo prácticamente él mismo “excepto por la bomba de inyección y la pintura, ahí sí recibí ayuda”. El resultado fue un Mercedes-Benz 230 SL casi nuevo.

SENTIRSE LIBRE EN EL TALLER

Sead y Sulfeta conducen hasta Mostar, atravesando el paisaje montañoso que envuelve al río Neretva, el cual desemboca en el Mar Adriático. La pareja ha planeado un picnic junto a un embalse. “Meticulosidad y perfección, así es Sead en el taller. Puedes preguntarle dónde está cualquier tornillo y, en nada, lo tiene en su mano”, cuenta Sulfeta con una gran sonrisa. “Fuera, es más como un profesor distraído. A veces tengo que engañarle para sacarlo del taller”. Sead lo confirma: “En el taller pierdo la noción del tiempo y del espacio. Somos sólo el Pagoda y yo, y me siento más libre que en ningún otro lugar”.

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