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Nuestro viaje por la selva de Costa Rica llega a su fin. Parte 2

Destino a la vista y ‘road trip’ completado. Como todo buen viaje, nuestra travesía al volante de vehículos clásicos por la selva de Costa Rica llega a su fin… pero aún nos queda el trayecto de vuelta con 300 kilómetros de diversión entre la bahía Drake y San José. No te lo pierdas.

29.08.2024 // Texto: Jörg Heuer // Fotos: David Klammer

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El estridente garrir de los guacamayos nos sirve de improvisado despertador. Estamos en la península Osa, hogar de una de las selvas más grandes de Centroamérica y hábitat natural de pumas, jaguares, coatís, monos, tapires, águilas-arpías, cocodrilos y serpientes. Aquí todo se amplifica, las hojas, las flores, los insectos y las mariposas son aun más grandes que en la zona de San José. El aroma del café montañés en el hotel, los misteriosos ecos de la jungla, la perspectiva de otro intenso día de aventuras nos elevan el ánimo rápidamente para disfrutar de tan diversa y colorida flora y fauna, aunque la humedad ambiente alcance casi el 100%.

Desayunando con vistas al golfo Dulce, surge la oportunidad de hablar con Inga e Ingo. Esta pareja de alemanes se conocieron cuando tenían 20 años y, desde entonces, han recorrido muchos países de Europa con sus propias agencias de viajes. Residen desde 2006 en Costa Rica y, hace unos pocos años, tuvieron la idea de organizar rallies con sus clásicos: “Tenemos también algunos vehículos de otras marcas, pero nuestros Mercedes-Benz son los más solicitados y los más fiables”, dice Ingo. “También por eso hemos ampliado nuestra flota de clásicos Mercedes-Benz y hacemos road-trip de entre 9 y 14 días con amantes de clásicos venidos de diversos puntos del mundo”, añade Inga.

Uno por uno, los protagonistas de este road trip llegan a la terraza del hotel. Ingo sugiere: “Quien quiera ir hasta la bahía Drake, que nos siga”. Él y su esposa toman de nuevo su 450 SL, Alexander arranca su 280 S con impaciencia y nosotros tomamos el 380 SL. Seguimos brevemente la asfaltada carretera costera, después un giro a la derecha y ya solo hay caminos embarrados. Los SL pasan por aquí con facilidad, empujando un muro de agua frente a ellos. Parado en la orilla, Alexander los contempla asombrado y, después, elige desviarse ligeramente con su berlina. “Puede que sea demasiado difícil para el Abuelo –dice guiñando un ojo–. No quiero torturarlo mucho”.

Bahía Drake, la legendaria bahía pirata, se encuentra en la parte norte de la península. Está considerada un embarcadero natural utilizado en el siglo XVI por el bucanero, explorador y navegante Sir Francis Drake. Un supermercado, algunos bares y hoteles, y barcos pesqueros, no hay mucho más por aquí. Pero eso es, exactamente, lo que hace tan atractiva esta bahía.

Al día siguiente, nos reunimos una hora antes del amanecer. Tenemos por delante los 300 kilómetros que mos llevarán de vuelta a San José. Por supuesto, no es la misma ruta por la que vinimos. Daisy y Norberto, Bettina y Gustavo, Inga e Ingo caminan por la playa, mientras Alexander ya está esperándolos. Ha encendido una hoguera y, apoyado sobre su berlina, se dispone a deleitar a sus amigos guitarra en mano. El sol de la mañana baña la bahía con su mágica y dulce luz. Es el momento de ponernos en marcha.

La lluvia nos acompaña mientras circulamos, camino de los manglares, por una complicada carretera sin pavimentar. El termómetro marca los 28 oC cuando alcanzamos el ferry que nos lleva a Sierpe.  El sol y la lluvia siguen alternándose y poniendo a prueba la buena adaptación de nuestros clásicos al clima tropical. Finalmente, el ferry de los manglares, tan ruidoso como oxidado, empieza a moverse y zarpa con su valiosa carga a bordo. Los dos roadsters, la berlina y el coupé apenas encajan juntos sobre la cubierta.

Norberto recibe la llamada de su nieta. “¿Lo está haciendo bien nuestro Rápido-Rápido?”, pregunta la joven, a quien le hubiera encantado venir con nosotros. “El coche lo está haciendo muy bien”, responde Norberto a su nieta. “Nosotros bien también, por cierto”.

Desde Sierpe, la ruta continúa únicamente sobre carreteras asfaltadas. Campos de piñas, palmeras y cafetales, y también el Río Grande de Térraba, el más largo de Costa Rica, que se extiende hacia la crdillera de Talamanca, presidido por los 3.820 metros del Cerro Chiripó. Antes de subir a la montaña gigante, los roadsters cierran sus capotas. Una decisión sabia, ya que la temperatura desciende rápidamente. De vuelta en San José, con un tráfico ya complicado que vuelve difícil mantener el grupo unido, nuestros caminos se separan.

“Ha sido apasionante”, dice Ingo, de vuelta en su hacienda mientras se relaja en el sofá frente a la panorámica de la capital. “Muy apasionante”, le responde Inga, contemplando las luces de San José. Los dos SL han regresado sanos y salvos a casa, listos para nuevas aventuras.

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