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El cabo de las estrellas

A unas dos horas en coche de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), visitamos a la familia Oosthuizen, asentada en la zona desde hace un siglo y apasionada por los modelos clásicos de Mercedes-Benz.

08.08.2023 // Texto: Wilhelm Lutjeharms // Fotos: Beatrice Heydiri

3 minutos de lectura
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Desde el aeropuerto internacional de Ciudad del Cabo cogemos la N2 dirección Este para dirigirnos hacia la hermosa ciudad de Grabouw, pasando por el pintoresco paso de montaña de Sir Lowry. Dejando atrás la ciudad y sus plantaciones de manzanos, el paisaje cambia y los campos agrícolas y vinícolas se divisan a derecha e izquierda. En medio de la provincia de Cabo Occidental, se encuentra el desvío a Bonnievale que nos lleva por un puerto de montaña. Entonces vemos la señal: Angora Stud Guest Farm & Classic Car Collection. Sus puertas se abren y nos adentramos en un mundo bucólico.

Rozitha y Bertus Oosthuizen, ambos de 62 años, tienen buenas noticias: esta noche dormiremos en uno de sus lujosos establos reconvertidos. Un antiguo y próspero criadero de caballos de carreras se ha transformado en una elegante casa de huéspedes en la que cuelga el escudo de la familia Le Roux, que ofrece toda una serie de experiencias a los viajeros y a los amantes de Mercedes-Benz. Rozitha y Bertus pertenecen a la tercera generación que vive aquí. Hace 95 años, que el abuelo de Rozitha empezó a construir la granja, que hoy es un paraíso.

Historia familiar

«Mi abuelo compró las tierras en 1928, cuando aquí no había nada más que polvo. La granja se convirtió en una de los primeros criaderos de caballos de carreras de la región», explica Rozitha mientras nos conduce a un comedor sin igual, pues tiene automóviles aparcados a ambos lados de una mesa para 40 comensales. La colección de Mercedes-Benz incluye fantásticos roadsters como el R129, el R230 y el R107, además del W186 (300 ‘Adenauer’) y el W 180 (220 ‘Ponton’ Cabriolet). Un W 108 (280 SE), un W 116 (350 SE) y un W 111 (230S) también están aparcados en el comedor, por citar solo unos pocos.

Los hijos de Bertus, Jacques y Danielle, comparten anécdotas sobre el rancho, mientras su abuela, Colleen, cuenta historias llenas de humor y vitalidad. Jacques descubrió a muy temprana edad su pasión por los vehículos y tiene sus preferencias: «Si tuviera que elegir dos coches, me quedaría con el descapotable Ponton y el Adenauer, que sería mi número uno».

Bertus cuenta cómo surgió su pasión: «Mi tío tenía un Heckflosse (que significa aleta de cola) blanco con interior de cuero rojo. Fue la primera vez que tuve conciencia de un Mercedes-Benz. El primer Mercedes que se compró mi padre fue un 280 SE azul de la serie 116. Después le compró a mi madre un W 114 amarillo. Mi primer Mercedes-Benz fue un 280 SE de la serie 126, que adquirí a principios de los años 90». Rozitha recuerda bien el día en que se enamoró por primera vez de un Mercedes-Benz: «Tenía 16 años. Mi padre buscaba un coche y le llamó la atención un 450 SLC, en un concesionario de Ciudad del Cabo. En cuanto lo vi, me enamoré. Mi padre entró, compró el cupé y nos fuimos».

La Casa de la Lechuza

Nuestra estancia en la granja nos regala otra sorpresa más. A la mañana siguiente subimos a un vehículo abierto de safari, es el momento álgido de esta ruta. Jacques, Emma, Rozitha y Bertus van en el Adenauer. Al otro lado de la granja, el paisaje es seco. Es el bossieveld, que significa hermoso valle en escocés antiguo. Subimos la colina y descubrimos un paisaje fantástico con aves rapaces surcando el cielo y a los lejos los antílopes.

El clásico favorito de los Oosthuizen es un Mercedes-Benz Adenauer (300).

El Mercedes-Benz 300 de 1954, aparcado delante de la casa de campo, resplandece al sol. El calor pega fuerte, pero los gruesos muros del edificio reducen la temperatura. «El edificio se construyó en los años 40, y a finales de los 50 se erigió un cobertizo para almacenamiento», cuenta Rozitha. «Después, la casa estuvo vacía mucho tiempo. Un día trajimos a unos amigos. Uno de ellos es constructor y dijo que si no poníamos un tejado esto acabaría siendo un montón de piedras. Así empezó un proyecto completo de renovación».

La Casa de la Lechuza es ahora un lugar para desconectar, relajarse, coger un buen libro, tomar el sol y disfrutar un braai (barbacoa) por la noche. «Para nosotros es importante conservar lo histórico y poder reunirnos con nuestros hijos y amigos», dice Rozitha. Bertus añade: «Lo mismo ocurre con los clásicos. Cuidarlos, mantenerlos y conducirlos es parte importante de nuestra vida».

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